Por Andrés Santibañez*

¿De cuál Iglesia eres?, si te identificas con ser cristiano o cristiana, alguna vez en tu vida escuchaste o te hicieron esta pregunta. Si eso aún no ha pasado, te “predigo” con absoluta certeza que pasará.

            Las etiquetas para algunos son de tremenda importancia. En el mundo virtual nos ayudan a rastrear de mejor forma contenidos específicos; en el vestuario nos informan las características específicas del producto; en las ciencias sociales a reconocer tal o cual segmento humano; y en el amplio mundo de la fe cristiana, nos ayudan a… nos ayudan a… mmm.

            Natanael no tuvo problema en etiquetar al mismo Jesús cuando dijo: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” (Juan 1:46). ¿Puede algo bueno salir de una familia como la tuya o la mía?, ¿puede salir algo bueno de los evangélicos hoy?

            No es extraño que vivamos llenos de etiquetas, le pasó a los primeros seguidores de Jesús en Antioquía, cuando los comenzaron a llamar “cristianos” a modo de ofensa. Nos ha pasado a muchos coterráneos con el apodo “canuto” (varias explicaciones para esta palabra en Chile). Nos ha sucedido y seguirá sucediendo en el futuro. Es un hecho que miraremos a ese “otro” bajo el lente que nosotros mismos pongamos sobre nuestros ojos, quien se extrañe de esto es demasiado ingenuo, o le falta experimentar un poco de vida en sociedad.

            Mi punto es, cuando esta etiqueta que es identificadora en nuestro propio terreno, se transforma en un estorbo, en una barrera, hasta en una especie de filtro discriminatorio, simplemente porque ese “grupito” no es como yo ni de los nuestros. La etiqueta misma no termina siendo un problema a priori, pero si lo es el significado que representa.

            Si eres pentecostal, de las asambleas de Dios, de la ACYM, del mundo bautista, presbiteriano, o simplemente te reúnes en casa con otros como tú. Si ese punto de partida te da un mayor o menor rango de valoración, de importancia, de peso social/cristiano, creo profundamente que no estamos mirando con los ojos del Cristo bíblico.

            El pastor Francis Chan reflexiona sobre sí mismo en uno de sus libros: “Fui salvo en una iglesia bautista, asistí a un estudio bíblico carismático, fui a un seminario conservador mientras trabajaba en iglesias dirigidas hacia quienes están buscando, colaboré con movimientos pentecostales y he sido orador en una amplia variedad de conferencias de diversas denominaciones. No estoy seguro siquiera de cómo etiquetar a mi actual iglesia.”[1] Que linda ironía, seguro representa más de algunos de los lectores de estas líneas.

            Nací en un hospital como la mayoría, muchos otros dicen que nacieron en una Iglesia (solo un evangélico de verdad se ríe de este viejo chiste). Me formé junto a toda mi familia en la Iglesia pentecostal que pastoreaba mi bisabuelo. Luego por esas cosas que suelen ocurrir, nos cambiamos a otra Iglesia también de corte pentecostal. Ahí estuvimos largos años, hasta antes de cumplir mis 33. Después el Señor nos llamó a servir a tiempo completo como pastor de jóvenes en una Iglesia bautista en el centro de Santiago. Te daré un momento para que rasgues vestiduras… si ya lo hiciste, o te aguantaste hasta saber la otra parte historia, permíteme seguir con algunas reflexiones.

            En este proceso, en el vocabulario de la “caricatura evangélica” escuchamos frases  como: pasamos del fuego a la nieve, de la pasión a la reflexión, del emocionalismo al intelectualismo, de ser fogatas encendidas a ser pingüinos, del sentimentalismo bíblico a la doctrina verdadera, etc., etc., etc. Lo único claro es que pasamos de un lugar a otro, de eso no hay duda alguna, de todo lo demás hay más de mito que de verdad… una verdadera y autentica fake new.

            Francamente, todo eso que escuché me pareció muy divertido para una sobremesa con amigos, es más, hay varios chistes realmente buenos (mejores que el anterior). Lo complejo es cuando ese tipo de movimiento termina siendo no sólo un cambio geográfico, sino también un cambio en mi percepción cristiana sobre ese otro, me parece no sólo grave, sino que tremendamente dañino y perjudicial para lo que implica ser parte de un mismo cuerpo (1 Corintios 12:27).

            Que si eres pentecostal eres alguien que no piensa, y si eres bautista eres alguien que no siente, ¿de verdad?, ¿cómo llegamos a ese humor negro? Perdón lo directo, pero son verdaderas ridiculeces, frases sin amor y sin sentido de comunidad, que aparentemente en algunos círculos se niegan a desaparecer. No puedo hacer otra cosa que animarte a pensar dos veces antes de sumarte como un adherente a ese tipo de ácidos intelectuales.

            Como hijos e hijas  de Dios, ¿será que Él nos mira con algún tipo de diferencia discriminatoria?, ¿será que somos tachados de mejores y peores?, ¿será que hay un escalafón vertical según nuestra denominación de origen? Realmente, ¿cuánto suma o resta ante Dios que tengamos un letrero que nos identifique como carismáticos, renovados, radicales, o lo que sea?

            No quiero dar la impresión que “aquí todo vale”, claramente no es así. Quiero aportar a la reflexión en la forma en que nos expresamos y no en el contenido que se profesa, en la dignificación de las personas, y no a los distintos matices doctrinales que pueden existir de por medio.

            El apóstol Pablo viene al rescate, y nos señala sin rodeos un principio del Reino de Dios:

Basado en el privilegio y la autoridad que Dios me ha dado, le advierto a cada uno de ustedes lo siguiente: ninguno se crea mejor de lo que realmente es.

Sean realistas al evaluarse a ustedes mismos,

háganlo según la medida de fe que Dios les haya dado.

(Romanos 12:3 NTV)

            Como bien señala el autor John Bertram Phillips, “Lo que molesta al «de afuera» es la pretensión exclusivista de cada iglesia qué se considera a sí misma «la única verdadera». ¿Acaso no dijo Cristo «Por sus frutos los conoceréis»? Si uno pudiera comprobar que la iglesia con mayores pretensiones en cuanto a su autenticidad es la que produce el carácter más cristiano, más lleno del Espíritu Santo en sus miembros, tal vez sus pretensiones serían tolerables”[2].

            Hoy la llamada Iglesia institucional carga con una pesada mochila que ayuda muy poco a mostrar la verdadera cara de esa Iglesia viva, orgánica, inclusiva, que proyecto Jesús en su experiencia de vida en el mundo. Cuánta arrogancia aún debemos sacar de nuestros pseudo análisis cristianos; cuánto orgullo se encuentra instalado en las bancas que llenan nuestros templos; cuanta pretensión de autoridad explícita debemos dejar de lado en nuestras palabras frente a quien es mi hermano o hermana en la fe; cuanto de prejuicio debemos extirpar de nuestra formación religiosa. No creo que algunos de nosotros esté realmente libre de no tener o haber tenido alguna de estas piedras en su mano, es más, hasta es probable que hayamos tirado más de alguna en nuestra historia.

            Con esto termino (como dicen algunos pastores en el púlpito)…

            No hay monopolio de la fe, no hay monopolio de la extraordinaria Gracia de Dios. Jesús no lo hizo, no lo promovió, ni fue parte de su discurso, razón suficiente para que nosotros tampoco lo hagamos. Recordemos sus palabras desde la pluma de Marcos:

Maestro —dijo Juan—, vimos a uno que expulsaba demonios en tu nombre

y se lo impedimos porque no es de los nuestros.

No se lo impidan —replicó Jesús—.

Nadie que haga un milagro en mi nombre puede a la vez hablar mal de mí.

El que no está contra nosotros está a favor de nosotros.

(Marcos 9:38-40 NVI)

            Claramente, nuestros carteles nos ayudan a “identificar el rebaño” para nuestros cultos internos y retiros locales, pero que de ahí nos permitan visualizar el trigo de la cizaña, los buenos de los malos, creo que es una responsabilidad de la que al menos yo no quiero ser parte.

            Que la etiqueta no desconfigure tu relación con Dios, ni mucho menos tu relación con quien formas la Iglesia de Cristo.

            A todos aquellos y aquellas que amamos y trabajamos apasionadamente en la construcción del Reino de Dios, mis más sinceros reconocimientos.

*Pastor de jóvenes en la Primera Iglesia Evangélica Bautista de Santiago (PIEBS).

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Notas

[1] Del libro, El Dios Olvidado, Cap 2.

[2] Apuntes Pastorales Volumen VIII Número 6