Por Veli-Matti Kärkkäinen*

Para los luteranos, ¿está restringida toda la actividad del Espíritu Santo entre el pueblo de Dios a la Palabra y los sacramentos? ¿Significan la sola fe y la sola escritura que no hay espacio –ni aun pequeño- para experiencias espirituales, manifestaciones carismáticas, profecías y sanidades? ¿Son los pentecostales no más que versiones tardías de los “entusiastas” (schwärmer) tan vehementemente denunciados por Lutero en su tratado Contra los profetas celestiales?

Para los pentecostales, ¿es el hablar en lenguas una entrada hacia un nivel más alto de espiritualidad, inalcanzable para aquellos sin el exótico don? ¿La reclamación del “evangelio completo” implica que el evangelio predicado por otras iglesias en el mejor de los casos es incompleto, truncado o erróneo, como los pioneros del famoso avivamiento de Azusa Street parecían sugerir?

Estas preguntas aparecen a ambos lados de la cerca – ¡por curiosidad, por desprecio, por ignorancia!- ¿Cuánta verdad hay -si acaso hay alguna- en las mutuas sospechas? Debemos ir más allá de las (malas) percepciones y comenzar preguntándonos: ¿Qué pueden aprender los luteranos de los pentecostales? ¿Qué pueden aprender los pentecostales de los luteranos?

El punto de partida y primer paso en todo encuentro ecuménico es el de identificar quiénes somos en tanto miembros del único cuerpo de Cristo. Para los luteranos la pregunta es fácilmente contestable porque la identidad luterana está basada no solo en medio milenio de historia común sino, más importante, en el acuerdo mutuo acerca de los escritos confesionales.

No así con los pentecostales. Para ellos la tarea de definir una identidad es una mucho, mucho más exigente. ¿Por qué? Para empezar, la suya es una historia mucho más corta que la del luteranismo. El año pasado vi la celebración del centenario. Ese no es un tiempo largo para un movimiento religioso, ¡incluso si es un tiempo largo en el calendario americano! Más significativo, no hay confesiones que entrelacen y guíen a los pentecostales. Y no hay ninguna organización mundial de paragua como la Federación Luterana Mundial (FLM). Incluso la Pentecostal World Fellowship (PWF) no tiene nada parecido al estatus de portavoz para los pentecostales como el que tiene la FLM para los luteranos. Y la base de su membresía no es ningún modo representativa de la diversidad del movimiento global. No obstante, hay algo que ayuda a identificar a los pentecostales al interior del mundo cristiano. Ese algo tiene todo que ver con su espiritualidad distintiva, que está mejor descrita como “carismática”, cristocéntrica, la espiritualidad del “evangelio completo”.

Esto quizá puede parecer sorpresivo. Aunque desde su origen, ha sido percibido principalmente como un “movimiento del espíritu”, el Espíritu Santo no es el foco principal del pentecostalismo en absoluto. Más bien, es Cristo. La espiritualidad pentecostal está imbuida y anclada en un encuentro con Cristo en tanto que se le representa por sus múltiples roles como justificador, salvador, santificador y bautizador con el Espíritu Santo, sanador del cuerpo, y Rey que viene pronto. Todo lo que los pentecostales buscan viene de Cristo: el que salva, el que santifica, el que sana, el que empodera con el Espíritu (y así brinda dones espirituales),  y el que pronto cumplirá las esperanzas escatológicas cristianas.

Es a partir de este esquema quíntuple (a veces cuádruple, cuando la justificación y la santificación son agrupadas) que emergió el término “evangelio completo”. El Espíritu Santo, más que ser el centro, es el “canal” –o, quizá mejor, el intermediario- que comunica todas las bendiciones crísticas. Asista a cualquier servicio típico pentecostal de adoración y rápidamente encontrará la expectación, deseo y hambre por “encontrarse con el Señor”. Como los cristianos de la iglesia primitiva, los misioneros y evangelistas pentecostales que van a las ciudades y pueblos en sus propios países o al extranjero a predicar el evangelio completo, no predican las buenas nuevas del Espíritu sino las de Cristo.

Este modelo de “evangelio completo”, sin embargo, es diferente al TULIP calvinista o a la regla de la justificación por la fe sola luterana, dado que ninguna declaración doctrinal o confesional lo exige de los pentecostales. El esquema del evangelio completo emergió de la predicación y testificación pentecostal temprana. Una de las pioneras del pentecostalismo, la legendaria Aimee Semple McPherson acuñó el término evangelio “cuadrangular” durante una campaña evangelística en Oakland, California, en 1922, mientras hablaba de Cristo en sus cuatro roles como salvador, sanador, bautizador con el Espíritu y Rey que viene pronto. De esta predicación nació una de las denominaciones pentecostales más antiguas, la Iglesia Cuadrangular. Algunos otros pentecostales, provenientes principalmente de movimientos de Santidad, sumaron la santificación al esquema y así el término “evangelio completo” fue añadido al diccionario cristiano.

Los primeros dos roles de Cristo son familiares para los luteranos, a saber, Cristo como salvador (o justificador) y santificador. En efecto, muchos pentecostales abrazan completamente la doctrina luterana de la justificación por la fe, aun cuando tienden a ser un poco más optimistas acerca de la posibilidad de iniciativa humana en responder al llamado de Dios. Los pentecostales también enfatizan la santificación más que los luteranos. Algunos observadores del pentecostalismo disciernen acertadamente que la soteriología pentecostal es una creativa combinación de las tradiciones luterana, católico romana y wesleyana-de-santidad.

El bautismo del Espíritu, en tanto, es el sello del pentecostalismo. A diferencia de la tradición cristiana general, en la que el bautismo del Espíritu es equiparado con el nuevo nacimiento y la justificación, los pentecostales lo consideran un segundo evento, una experiencia de empoderamiento para el servicio y la testificación. La mayoría de los pentecostales, si bien no todos, tienen la muy nueva idea de que hablar en lenguas es la evidencia inicial de la recepción del bautismo del Espíritu. Todos los pentecostales creen que los dones carismáticos están disponibles para los cristianos bautizados por el Espíritu.

El rol de Cristo como sanador significa que mientras que los pentecostales valoran muy positivamente el tratamiento médico, a la vez creen en el continuo ministerio sanador de Cristo, ya sea físico o mental, gradual o instantáneo. Por supuesto, los luteranos también creen que Cristo –el itinerante sanador y exorcista galileo- es capaz de sanar hoy. Pero la diferencia entre el ethos pentecostal y el luterano es que el primero busca activamente y desea ansiosamente sanidades aquí y ahora.

El asunto final del esquema del evangelio completo refleja el fervor escatológico de los pentecostales: esperan el retorno de Cristo para establecer el reino. De nuevo, esta es una creencia compartida por todos los otros cristianos. La vitalidad de la expectación pentecostal, en todo caso, es el ímpetu por “terminar el trabajo” de evangelizar el mundo. La promesa de Cristo antes de su ascensión de que el poder de lo alto haría testigos a todos sus seguidores (Hechos 1:8) ha sido abrazada literalmente. En el día de pentecostés esta promesa fue totalmente cumplida. Como consecuencia, los pentecostales creen que ambos hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, tienen acceso al poder del Cristo resucitado como resultado de la efusión del Espíritu al fin de los tiempos. Como resultado de esto, ha habido el despliegue de una empresa misionera sin precedentes –y es, más allá de toda duda, numéricamente exitosa.

Esta espiritualidad cristocéntrica del evangelio completo es lo que define al pentecostalismo. Todo lo demás es negociable. Usted puede encontrar todo tipo de estructuras eclesiales, desde la autonomía de la iglesia local en el pentecostalismo escandinavo, pasando por el gobierno de tipo presbiteriano de las altamente organizadas Asambleas de Dios (USA), hasta las muy jerárquicas estructuras episcopales en muchas iglesias afroamericanas y del sur global. La diversidad y creatividad de los títulos para las iglesias pentecostales es asombrosa – ¡hasta el punto en que ocasionalmente a los pentecostales les toca difícil reconocerse entre ellos mismos!

En muchos lugares del mundo, especialmente en el sur global, más y más luteranos se tornan a una espiritualidad que toman prestada de las tradiciones carismáticas. Asista a varias iglesias luteranas en el continente africano y se sorprenderá de cuánto pentecostalismo ha encontrado camino dentro de la espiritualidad luterana, incluyendo testimonios de sanidad, profecías, palabras de sabiduría, y así, todo como parte de la vida cotidiana.

A pesar de sus varias diferencias en doctrina, espiritualidad, tradición y ethos general, luteranos y pentecostales comparten una característica común que raramente es reconocida en ambos lados, a saber, una apertura teológica incorporada hacia el ecumenismo. Para las iglesias luteranas, la regla suficiente de la unidad de la iglesia, de acuerdo al artículo VII de la Confesión de Augsburgo, es la Palabra predicada puramente y los sacramentos correctamente administrados. Satis est! Casi todo lo demás puede ser negociado sin dejar el luteranismo atrás. Lo mismo corre para los pentecostales, como notamos antes. Esta podría ser la clave para un aprendizaje mutuo.

Más que tomar a la espiritualidad pentecostal como lo que parece a muchos luteranos –como muy entusiastas, carismáticos o desenfrenados- los luteranos harían bien en reconsiderar su valor, lo que el teólogo de Harvard Harvey Cox ha llamado “espiritualidad primitiva”. Su esencia fue bellamente capturada en las etapas iniciales del diálogo ecuménico de larga data (desde 1972) entre católico-romanos y pentecostales, cuando el equipo pentecostal definió brevemente su identidad en términos de espiritualidad:

“es la conciencia y experiencia personal y directa de la inhabitación del Espíritu Santo, por la cual el Cristo resucitado y glorificado es revelado, y el creyente es empoderado a testificar y adorar con la abundancia de su vida como es descrito en los Hechos y las Epístolas… característico de esta forma de vida es un amor por la Palabra de Dios, el fervor en la oración y la testificación en el mundo y hacia el mundo, y una preocupación de vivir por el poder del Espíritu Santo”[1]

Otra lección importante que los luteranos podrían aprender de los pentecostales es el sentido del evangelio completo. A veces, por supuesto, el término “evangelio completo” es usado por los pentecostales en una forma que bordea en la ideología, implicando que el evangelio de otras iglesias no es “completo”. No hay duda de que esta es la impresión que queda en la mente de los no-pentecostales. Que los luteranos, no obstante, no se escandalicen por esta impresión aparentemente arrogante. Mejor es tomar el término en su sentido positivo, que tiene un doble mensaje ecuménico. Por un lado, es una autoidentificación legítima de un pueblo para el cual Cristo es todo en todo. Por otra, es una llamada de alerta para luteranos y pentecostales por igual (y todos los otros cristianos) a abrazar la integralidad de la salvación de Dios.

El término “evangelio completo” quizá pueda ser mejor entendido en tanto que denota algo similar al antiguo concepto de catolicidad, en otras palabras, terminación o plenitud. La catolicidad del evangelio simplemente significa que el don de Dios para Su pueblo no carece de nada. Mientras que los seres humanos nunca pueden agotar la plenitud de Cristo, Cristo es la encarnación de todos los dones de Dios. El Espíritu como intermediario no presta atención a sí mismo sino a Cristo, y a través de Cristo al Padre. En sus mejores momentos, los pentecostales están dolorosamente conscientes del hecho de que su evangelio completo está lejos de la plenitud de Cristo. Pero ellos siempre desean más. Siempre hay más que encontrar en la plenitud de las promesas de Dios.

¡Los pentecostales son típicamente buenos oradores, pero no necesariamente buenos oidores! Están tan ansiosos de compartir su testimonio del evangelio completo que no es fácil para los luteranos compartir su propia comprensión de la sola fide y la sola scriptura. ¿Cómo hacer que el hermano más joven –que en cuanto a tamaño hace tiempo sobrepasó al hermano mayor- pacientemente oiga y aprenda de su hermano mayor?

Si los pentecostales escuchan o no, el hecho es que ya han ganado mucho de su contraparte luterana. El amor a la Escritura es un don invaluable de la Reforma. Contrario a la mala concepción de muchos, los pentecostales a pesar de su énfasis en la experiencia, no abogan por el tipo de “entusiasmo” que separa de la Palabra de Dios. En efecto, a veces los pentecostales son tan amantes de la Palabra que rayan en el biblicismo. Otro don precioso de los luteranos para los pentecostales es la doctrina de la justificación como mencioné antes. Y el sacerdocio de todos los creyentes es un valor clave para las iglesias libres en general y pentecostales en particular. Los luteranos han estado viviendo estos dones un largo tiempo hasta ahora, pero para los pentecostales aún son materias frescas. No hay otra tradición cristiana de la cual ha aprendido –y están aprendiendo- como del luteranismo.

Las diferencias entre las dos familias cristianas se condensan en lo que la jerga teológica llamaría la teología “mediata” del luteranismo y la espiritualidad “inmediata” del pentecostalismo. Los luteranos son escépticos de cualquier afirmación de acceso a Dios sin los instrumentos de la Palabra y los sacramentos. El deseo pentecostal entusiasta de experimentar a Dios y el poder del Espíritu Santo aquí y ahora descansa sobre la típica insistencia de la tradición de las iglesias libres acerca del acceso directo a Dios para todos. En tanto que encaran honestamente estas grandes diferencias entre ambas tradiciones, luteranos y pentecostales por igual desean encontrarse con el evangelio completo de la fe sola. Satis est?

*Teólogo pentecostal. Profesor de teología sistemática en el Fuller Theological Seminary, USA, y docente de ecumenismo en la Universidad de Helsinki, Finlandia, su país de origen. Autor de una vasta obra en sus campos de estudio.

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Originalmente publicado en Lutheran Forum 41:3 (Fall 2007): 45-48. Traducido con autorización. Traducción de Luis Aránguiz Kahn.

[1] Materiales de diálogo no publicados del primer quinquenio del International Dialogue entre católico-romanos y pentecostales (1972-1977).